He conseguido dejar todo atrás. Sé que resultará difícil hacerme a esta extraña ciudad pero en su carta escribió que aquí encontraría a quien estoy buscando. Sin dramas, sin desconfianza, sin sangre.
Me aventuro a un nuevo camino que espero sea más tranquilo que el que dejo atrás. Lejos de asustarme, me parece la representación exacta de la tranquilidad, un nuevo camino.
A veces me resulta más fácil ser yo con desconocidos que con quien sepa una mínima parte del pasado que pretendo dejar atrás. Creo que ya estoy llegando.
Ahora sólo resta esperar que el plan salga según lo previsto, y una vez llegue a él, poder recuperar la vida que debí haber vivido. Sin dramas, sin desconfianza, sin sangre.
En ocasiones, caminar por un nuevo ritmo de vida, es terapia suficiente para reconciliarnos con nuestro pasado, pero pienso que debo bailar mucho para olvidar quien fui. Lo que sufrí. Lo que hice. Lo que ahora busco.
Aquí es, voy a dejar su carta a buen recaudo. Espero llegar pronto y que no esté, así me hago al sitio y puedo dominar mejor la situación.
El bar no tiene mala pinta, es tal como me lo describió, al fondo veo a una mujer mayor que dice llamarse Mary.
‘’No sé a quién buscas pero Henry te pondrá una cerveza para refrescar la espera, ponte cómodo muchacho’’. Me dijo señalando una butaca.
No sé si tengo dibujado en la cara que le busco. Mientras beberé, sin dramas, sin desconfianza, sin sangre.
Cuando yo comencé a ir al tugurio en el metro donde Joe dio sus primeros pasos, Mary ya se había adueñado del rincón más lejano de la puerta. Le gustaba caminar lentamente, quería dejar el mensaje de que la decadencia llega a cualquier persona que se despiste y no vea venir el desastre. En su caso, el maravilloso desastre.
Lo que me contó Henry fue sólo la punta del iceberg, de eso estoy seguro. No tenemos claro su edad pero sabemos que es la mayor de todos los que cada día tenemos un puesto fijo en la aventura de aislarse del mundo en el subsuelo, ahora por suerte tenemos vistas a la calle.
Hace unas cuantas legislaturas en esta tierra que llaman la de las oportunidades, cuando el país se dividía entre los que podían permitirse una televisión a color y los que no, una mujer con tez algo más morena que lo socialmente aceptado, se dejaba caer por los bares de esta ciudad con insomnio crónico. Los hipócritas gozaban de las vistas mientras en su cara se dibujaba una muesca nada halagüeña, pero sus pensamientos hacía juego con el calentón que su mano recibía al tocar con disimulo su entrepierna.
Los atrevidos llegaban a conocer a una mujer enigmática, de procedencia desconocida pero con un futuro brillante gracias a su elocuencia. Se abrazaba con uno, acariciaba el pantalón de otro, y su sonrisa perlada hizo el resto de la conquista, sus encantos hicieron que el bar cayera en su presencia sin percatarse cuando se iba. Una incongruencia que pocas mujeres logran conseguir.
Su patrón era el mismo, media hora en el local, el gentío alborotado, y sus manos llenas del dinero que adquiría cuando su maestría distraía al pobre que caía rendido. Pero un día, su plan perfecto, nunca repetía bares, nunca repetía hombres, y siempre que le apetecía ganaba algún orgasmo; se fue a pique cuando uno de esos hombres ricos la reconoció, básicamente porque él usaba esos mismos trucos pero con los hombres que no gozaban del monte de venus tanto como la sociedad exigía.
Pocos saben qué sucedió, sus historias se escuchaban, con otro nombre, en otra parte de la ciudad, pero una noche bebiendo, a Henry se le escapó que era ella, la leyenda de los bares de alta y media sociedad. Nadie conoce qué pasaba con lo que robaba, algunos dijeron que cerca de los bares en los que robaba se encontraban sobres con dinero, otros que fue quien traía la droga a los lugares más selectos, ambas opciones son totalmente compatibles, pero las habladurías me sientan peor que ir a trabajar sin un buen café.
Oigo la puerta abrirse y unos pasos desgastados arrastrar un cuerpo coronado con la mirada más llena de sabiduría. Si es cierto que era ella, su historia debe ser digna de contar. Espero conocerla más pronto que tarde.
- Buenos días Mary -
- Buenas James, dile a Henry que me ponga lo de siempre – dijo hablando a la nada.
- Échame más, y sirve uno, sólo para Mary - Juraría que oí gruñir un leve gracias.
Paso por una de las calles principales de Manhattan, es verano, pleno agosto para ser más exacto, cruzo la calle y subo a la acera, cuando del bar de la esquina, frente a mí, asoma un hombre viejo con un delantal en el que se limpia las manos y levanta la derecha haciendo un gesto el que expresa una invitación, la cual rechazo. El sol aprieta fuerte y lo que más me apetece es sentarme en mi sofá, escuchar música y desahogar el estrés que me causa el trabajo.
Llego a mi casa, un modesto apartamento en una primera planta, menos mal que el técnico viene en un rato a ver qué sucede con el aire acondicionado, el aliado de los que veraneamos con vistas al asfalto. Me pongo cómodo, voy a la cocina, abro una botella de vino, lleno mi copa, y dejo que la tranquilidad me acerque al salón a comprobar que su disco aún está en el reproductor, por suerte está.
Sentado esperando al técnico, observo por la ventana al viejo Joe, hasta su nombre es un cliché, esbozo una sonrisa cuando recuerdo su historia mientras suena la voz de ella y un piano acompañándola.
Un joven camarero con aspiraciones, trabaja en un pequeño bar de metro, apartado de la sociedad pero en las antípodas de la ignorancia. Dudo de si es consciente de cómo ayuda a la gente sólo sirviendo un buen café y ofreciendo el entorno que les haga huir de la rutina tras la puerta, llamada Mundo Real.
Clientes como Jerry, por poner uno de tantos ejemplos, el típico cliente que llegaba siempre a las 07.30 h. a tomarse un café bien cargado para aguantar el día y contarle a Joe su vida como si fueran hermanos desde el primer día. O la anciana Mary, una agradable mendiga que deambula por el metro con una gran sonrisa mientras recuerda su triste vida, obligada a vivir por las calles más transitadas del mundo, siendo totalmente invisible. Una sonrisa que manifiesta su falsa esperanza de que vuelva a ser de ayuda algún día. Entre tantos otros que llegaban a ese lugar donde todo el mundo conoce tu nombre. A veces pienso que Joe era de los mejores psicólogos sin haber pisado la universidad.
Con el paso del tiempo empezó a anhelar, el ver pasar y pasar las personas pasar por su puerta, quiere ser él el que avance. Paseando una noche de camino a casa, pasados los 40 años, los suspiros pesaban. Fue entonces cuando, como si de verdad hubiera un universo incognoscible que nos guía, encuentra un local en venta. Por primera vez se atreve a probarse, siempre habló de poner el bar que deseó. Sus clientes irían con él, ellos fueron quien le animaron a subir a la ciudad. Su atención, sería su producto estrella frente a las bebidas que todos los bares servían.
Aquella noche de Diciembre, en el que la ciudad de Manhattan le invitó a pasar, por un sólo segundo, una lágrima de esperanza se dejó ver. Siguió caminando, a los pocos días, llegó a su destino. Quedó con los dueños, una pareja de esnobs que sólo querían quitarse de encima otro sitio más. Observó la barra, acarició la madera vieja, pero aún fuerte, y se vio reflejado en un sucio espejo. No le importó lo que tuviera que invertir, sabía que no era un gasto, aunque sí un riesgo. Y como el niño que por primera vez se tira a la piscina, bajó el escalón a las dos semanas dejando la puerta abierta el día que abrió por primera vez.
Enciende un cigarrillo, recuerda lo feliz que era su padre tras la barra del bar en el que trabajaba, y cumplió su promesa ‘’algún día, uno será mío’’. Tira la colilla, y su primer pensamiento al entrar es desear poder quitar un cartel de se busca camarero. Ese día llegó hace unos meses. Recuerdo que Mary se quedó extrañada al ver el rostro de Joe y del joven camarero, se respiraba un ambiente raro pero cercano. Le trataba como si lo conociera de hace años y hubiera reaparecido en su vida.
Por suerte ‘’El viejo Joe’’ sigue siendo el refugio de todos los que gozan de esa fuerte barra que soporta el cansancio de una rutina que no siempre se elige a conciencia. Oigo como llaman a la puerta ¡Jerry, soy el vecino, el técnico se equivocó de piso!.
Corro a por una camisa para cubrir mi torso, y abro la puerta. Ya bajaré luego.
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